"¡Te saludo, favorecida de Dios. El Señor está contigo!"
Hemos llegado a un momento importantísimo del tiempo de Adviento, el anuncio del nacimiento de Jesús. Y con el anuncio, también llega el "SÍ" de María. ¿Cuántos "SÍ" decimos a lo largo de nuestra vida? Mejor dicho, ¿cuántos "SÍ" como los de María decimos a lo largo de la vida? En este caso, el "SÍ" proviene de una mujer humilde que vivía en un pueblo humilde que, si no me equivoco, ni siquiera es citado en el Antiguo Testamento, y que tenía una vida humilde. Por lo tanto, Dios llama a una mujer humilde de un pueblo humilde. ¿Lo queréis más claro? ¡Felices los humildes! Ahora tocaría un "quien tenga oídos, oiga" pero lo dejo para el final...
María era una chica joven unida por acuerdo matrimonial a José. Prácticamente, ya estaba casada con José, sólo les faltaba la etapa de convivencia. Y, de repente, aparece el ángel y le dice que tendrá un hijo. ¡Cómo puede ser eso! No sólo porque es virgen (no vive con José) sino también porque la ley de Moisés era muy dura con las mujeres en una situación como la que se auguraba. ¿Qué panorama, verdad? ¿Qué hago? ¿Mi esposo se creerá que el hijo que espero es obra del Espíritu Santo? Uf, complicado...
Pero María dice que sí, sin pensárselo. A pesar de los contras de decir que sí. Es humana y, en un primer momento, tiene las dudas propias de la situación tan extraordinaria que se le presenta. Además, son las fases típicas de la vocación: Dios llama y, a menudo, la persona responde con una duda inicial. Pero el ángel del Señor, conocedor de que la situación exige una demostración irrefutable, usa la "palabra mágica": Espíritu Santo. Y con ello, se desvanece cualquier tipo de duda. No falla. El Amor que Dios nos tiene a todos es tan grande, que aquel que se siente llamado lo reconoce a la primera. Con todo, los seres humanos tenemos dudas, porque somos libres. ¡Qué bonito es dudar! Porque eso quiere decir que disfrutamos y ejercemos la libertad que Dios nos ha dado! La dignidad como imágenes de Dios también lleva consigo nuestra libertad. Y María duda, normal, porque es humana, es imagen de Dios y es libre. Y el ángel lo encuentra de lo más normal. Por eso, con el fin de acabar de convencer a María, le dice que su prima, a pesar de ser ya mayor , "está encinta desde hace seis meses". ¡Y es que no hay nada imposible para Dios!
Pero María, como comentaba al principio, es una mujer humilde porque, a pesar de disfrutar de la gracia de Dios, ella se ofrece como la esclava del Señor: "el que entre vosotros quiera ser grande, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo" (Mt 20,26-27).
María no tiene pretensiones de grandeza, no busca el beneficio, ni tampoco una vida fácil... Sólo quiere servir a Dios con lo mejor que tenga. En este caso, el ángel le pide que comparta su humanidad para que el Hijo del Hombre habite entre nosotros (Jn 1, 14). A pesar del honor que ello implica, he aquí la respuesta de María: "soy la esclava del Señor: ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!”. No habría sido nuestra María si hubiera respondido: y yo, ¿qué saco a cambio? (como, por otra parte, hacen algunos...).
La actitud de María es un llamamiento a revisar las respuestas que damos al Señor. Muchas personas son llamadas y exclaman un ceremonial y pomposo SÍ, pero nada más lejos de la realidad de María. Les gusta mostrar los signos externos de este sí, los anillos, las vestiduras, los discursos... pero luego resultan ser signos vacíos que no hacen más que faltar el respeto a la esencia de la vocación. Y, para más inri, todavía lo justifican... Como si el mensaje de Jesús no fuera lo suficientemente contrario a la hipocresía! Igual si fueran conscientes del mal que hacen, se lo pensarían dos veces. O, quizás son conscientes de ello… Yo creo que, desgraciadamente, hay personas que actúan con mala voluntad, consciente y libremente para hacer el mal. Lo que no tengo claro es si es por causas médicas o metafísicas...
Querida María, que tu ejemplo de humildad, entrega y vida discreta sea un referente para todos. Pero, sobre todo, para aquellos que se llenan la boca de lo que tú nos has enseñado y nos instan a seguir tus pasos para, después, darte la espalda.
Querida Madre de Dios, gracias por tu disponibilidad y gracias por la manera que tienes de querer a Jesús y de querernos a todos.
¡Quién tenga oídos, oiga!
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