COMENTARIO EVANGELIO DOMINGO 31 DE DICIEMBRE. Lc 2, 22-40

Porque he visto la salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas la naciones.


Lucas comienza el capítulo segundo con el edicto del César Augusto, el nacimiento de Jesús y el anuncio a los pastores. El evangelio que leemos este domingo nos sitúa en el episodio de la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén. Después de ser circuncidado por el mohel el octavo día de vida, había que continuar con los rituales según los preceptos de la Ley de Moisés. El libro del Levítico (cap. 12) determinaba que la mujer debía purificarse a los cuarenta días del nacimiento del niño (más días, si era niña) y que el primogénito debía ser entregado (consagrado) al Templo y luego redimido. El episodio recordaba la última plaga de Egipto en la que se salvaron los primogénitos de Israel. Es curioso como Lucas identifica la purificación de María con la presentación de Jesús y no habla, al menos explícitamente, del rescate de Jesús que debía ser de cinco monedas de plata (Nm 18,16). El par de tórtolas o dos pichones se referían a la purificación de la madre. Y, Jesús, entonces, ¿no fue rescatado? Yo creo que el evangelista nos deja intuir que Jesús se quedó en el Templo, junto a Dios, de por vida. Permaneció unido al Padre para siempre. Algo parecido ocurre con el episodio del sacrificio de Isaac. ¿No os habéis fijado nunca que, al final del relato, Abraham "regresó” (3ª persona del singular)?¿Y su hijo? También "se quedó" arriba en la montaña, donde estaba Dios... Si tenéis curiosidad, mirad Gn 22,1-19.


El Hijo del Hombre ya tiene unos cuantos días de vida, unos cuarenta. En el mismo capítulo dos, el evangelista nos explica cómo ha nacido Jesús: los padres no encuentran lugar en la casa que la familia de David seguramente tenía en Belén y deben refugiarse en la parte baja. Los primeros que les acogen son unos humildes pastores. ¿Qué recibimiento para el Salvador del mundo, no? ¿Dónde están los maestros de la Ley, los sacerdotes y los notables? Quizás recitando las Escrituras, de memoria, como si fuera la lista de los reyes godos? Por cierto, ¿alguien la recuerda? Supongo que estaban ocupando sus "despachos" vigilando que nadie se saltara ningún precepto... Y, quizás, mientras "despachaban", se olvidaban precisamente de estos preceptos... "Haz lo que digo..." Pero los pastores sí tienen tiempo de ir a ver eso que ha pasado y que el Señor les ha hecho saber (Lc 2, 15b). Típico, verdad? Los que hacen las cosas de corazón siempre encuentran la oportunidad de cumplir con su deber moral. Para los demás, hay una "fila cero" que es mucho más cómoda y que, siempre, se ve más y es más cool.


El relato nos presenta dos personajes que viven al margen del postureo litúrgico. Por un lado, Simeón, hombre justo y piadoso que había manifestado que no quería morir antes de ver al Mesías. Seguramente, era un hombre mayor y entrañable que 

habría pasado sin pena ni gloria por la vida, pero con una riqueza interior muy profunda. Esto demuestra el hecho de que el evangelista afirma que Simeón se dirigió al Templo guiado por el Espíritu. Eso quiere decir que Simeón sí tenía oídos y, por lo tanto, sí escuchaba a Dios. Estaba atento. Respondía a su vocación. Muchas gracias, Señor, por ponernos en nuestro camino personas que permanecen atentas a tu llamamiento y responden con honestidad, coherencia y de corazón! Y esta disponibilidad no estaba exenta de tristeza porque, ante la alegría del nacimiento del Salvador, Simeón augura la espada que atravesará el alma de María. Una espada que representa el reto de asumir una doble maternidad: María es madre de Jesús y también de todos sus discípulos (Jn 19, 26-27). Muchas gracias, María, por asumir esta misión que se convertiría, también, en un drama como madre. ¡El drama de la Trinidad! Sólo espero que seamos merecedores de este sacrificio, comportándonos como buenos hijos tuyos.


El otro personaje es Ana, una profetisa. También Lucas dice que tenía ochenta y cuatro años, mujer mayor y entrañable, entregada al servicio en el Templo desde que había enviudado. Fijémonos qué dice el evangelista: "Nunca salía del templo sino que servía día y noche al Señor,  con ayunos y oraciones". Ya podemos ver, otra mujer anónima que se entregaba a Dios sin pretensiones de grandeza. Tenemos muchas mujeres como Ana en nuestras comunidades, verdad? Seguro que tenéis en la cabeza algún nombre. Mujeres sencillas, que no quieren destacar y que están disponibles siempre, noche y día.


Simeón y Ana son dos perfiles de personas que nos encontramos en nuestras parroquias. Cristianos humildes, voluntariosos, piadosos, con espíritu de servicio que viven con ilusión el mensaje de Jesús y confían en que todos aquellos que tienen la responsabilidad de mantenerlo con vida se comporten, también, como Simeón y como Ana. Desgraciadamente, esa confianza, a veces, se transforma en desencuentro cuando te das cuenta de que aquellos referentes no lo eran tanto… Qué pena!


John Lennon dijo que "la vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo planes". Simeón y Ana no conocieron a John Lennon, pero lo que el evangelista nos deja claro es que los planes de ambos hicieron una parada técnica cuando vieron el Mesías. Y nosotros, ¿continuamos perdiendo el tiempo con la "burrocracia", la "falsocracia", los discursos vacíos, los intereses personales y las clases magistrales mientras dejamos que los demás acojan al Hijo de Dios? ¿O seremos capaces, como los pastores, de renunciar a la doble moral y pensar y obrar tal como Dios nos pidió? Más que nada, porque el ser y el obrar, cuando van a la par, nos ayudan a ser felices. Recordad las bienaventuranzas.


Lo bueno sería que la próxima vez que Jesús se presentara en el Templo, se encontrara con quienes debe encontrarse, acogiéndole y sin entretenerse en el propio egocentrismo. Que María, José, Simeón y Ana guíen nuestros pasos.


¡Quién tenga oídos, oiga!


Comentarios