LA COMPASIÓN Y LA MISERICORDIA
A propósito del día de los Santos Inocentes
¿Por qué sufrimos las personas? Es una de las grandes preguntas sobre el sentido de la vida. El ser humano es interrogativo por excelencia y por eso se hace preguntas. Hay preguntas y PREGUNTAS. De hecho, las que más nos preocupan son las PREGUNTAS. Cuando, en el caso que nos ocupa, nos hacemos conscientes de nuestras limitaciones, del sufrimiento y de la muerte, entonces entran en juego los grandes interrogantes.
El sufrimiento es uno de esos grandes interrogantes. ¿Cómo es posible que Dios, que nos ama, permita el sufrimiento y el dolor? Yo haría la pregunta de otra manera: ¿por qué lo permitimos nosotros? Yo creo que a Dios deberíamos mantenerlo al margen. Es el recurso fácil, mirar al cielo para pedir explicaciones y olvidarnos del aquí y ahora. El mal natural no lo podemos evitar, es fruto de la naturaleza limitada de las cosas. Pero, ¿y el mal moral? Este sí lo podríamos evitar. Y si no lo evitamos es porque abusamos de la libertad que Dios nos ha dado. Sólo había dos opciones: o bien Dios nos creaba libres o bien nos programaba como si fuéramos robots y, por lo tanto, nuestra vida y nuestros actos habrían sido predeterminados. ¿Qué estamos haciendo, pues, con nuestra libertad? En un mundo tan interconectado, ¿no nos damos cuenta de que el uso de nuestra libertad tiene repercusiones en el otro? Joseph Gevaert, en su libro "El problema del hombre" afirma que "la libertad no existe ni puede concebirse fuera de la relación interpersonal". Entonces, si asumimos ser libres, deberíamos ejercer nuestra libertad con-los-otros, no?. Está claro que no lo hacemos así. Si no, ¿por qué hay actitudes que atentan contra la libertad de los demás? Me refiero a las imposiciones, al egoísmo, a la envidia... que llevan a anular a la persona.
Por otra parte, he de reconocer que el problema del sufrimiento y, en definitiva, del mal, no se puede resolver desde la perspectiva racional. Si se quiere hacer el bien y evitar el sufrimiento, se necesita vivirlo desde la fe, la esperanza y la caridad (compasión, misericordia, amor). Por lo tanto, hablar del sufrimiento también nos lleva a la pregunta sobre la misericordia y sobre el porqué de las acciones humanas. Un gran tema para la antropología filosófica y teológica.
Compasión significa "sufrir juntos", "sufrir con", sentir el sufrimiento del otro como si fuera propio. La misericordia es tratar con compasión a aquellos que sufren. Jesús se mostró, en numerosas ocasiones, compasivo y misericordioso. Él combinaba siempre la teoría con la práctica, sin desmerecer lo que llamamos misterio, aquello que la razón humana aún no puede abarcar.
Mi opinión es que uno de los males de nuestro mundo, aparte del sufrimiento y del dolor, es la ambigüedad. Y no me refiero al contenido de los mensajes, sino más bien al continente. Charles Péguy, filósofo y escritor, escribió: "No me gustan los beatos, quienes creen que son de la gracia porque no tienen fuerza para ser de la naturaleza. Quienes creen que están en lo eterno, porque no tienen coraje de estar en lo temporal. Quienes creen que están con Dios porque no están con el hombre. Quienes creen que aman a Dios porque no aman a nadie". Quizá Péguy no es un gran referente para la Iglesia (tampoco san Agustín nació santo...) pero, sólo por curiosidad, el día antes de morir en la batalla del Marne (I Guerra Mundial) se dice que pasó toda la tarde a los pies de la Virgen, en una capilla en Vermand (Francia). Diría que Péguy, en este escrito, critica esta doble moral. La de los que viven como puras creaturas espirituales, al margen de la "impureza terrenal", y la de los que tienen el manual del "Tratado de Dios" en la mesilla de noche, pero se olvidan del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Eso sí, tienen el Tratado todo subrayado y con notas en los márgenes...
En conclusión, creo que por muchas reflexiones que hagamos al respecto y por muchas homilias que se escriban, la respuesta al sufrimiento permanecerá siempre como misterio. Especialmente, toca la fibra cuando las víctimas son las personas más vulnerables y son, precisamente ellas, las que más nos necesitan. En todos los casos, hay que actuar porque, ciertamente, mirar la Cruz nos puede reconfortar, pero eso no puede ser la excusa para justificar lo que no es justificable. Jesús nos dice en Mc 16 que hay que ir por todo el mundo para anunciar la Buena Nueva del Evangelio. ¿Todos tenemos claro que la Buena Nueva es Jesús? ¿Y todos tenemos claro que la Buena Nueva se identifica con amor, fidelidad, honestidad, humildad, integridad, verdad, justicia y defensa del más vulnerable?
Todos haremos lo que podremos, verdad? Pero, al final, lo que nos debe dar fuerza es nuestra confianza en Dios. Si toca sufrir persecuciones para defender la justicia, aunque sea en un contexto de situaciones esperpénticas como, por ejemplo, las situaciones en las que aquellos que están llamados a luchar por la justicia no lo hacen... ¡Que sea lo que Dios quiera! Cuando llegue la hora en que nos encontremos con el Padre, mostraremos lo que somos y lo que hemos sido y se esfumarán las apariencias, los egoísmos y el amor rehusado (Josep Gil, Escatología Cristiana). ¿Qué sentiremos cuando estemos frente a Dios, cara a cara, y nos mire con su amor indulgente?
Os invito a escuchar a Bach (Cantata BWV 33) "Sólo en ti, Jesucristo, reside mi esperanza" para que nos inspire y nos ayude a estar más unidos a Jesús.
Quien tenga oídos, oiga!
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