Seguidme, y os haré pescadores de hombres!
Juan, una persona que espera al Mesías con una actitud humilde y de servicio, sin hacer daño a nadie. Juan, una persona que no esconde nada, que habla abiertamente y con honestidad, sin aspiraciones de grandeza. Juan, una persona convencida de que Jesús es nuestro Salvador y referente... está en la cárcel. Mientras tanto, Herodes, Herodías y Salomé continúan con su desordenada vida. Injusto, verdad? Pues eso pasó hace 2000 años y también se repite ahora. Personas honestas y con buenas intenciones son objeto de burla y desprecio, mientras otras se aprovechan, no sólo de estas buenas personas, sino de Jesús mismo. Hoy, en el siglo XXI, también cortan cabezas a los inocentes...
El Reino de Dios está cerca, pero no todos tienen la intención de convertirse. Quizá sí de predicarlo, pero no de vivirlo. Algunos todavía lo están buscando... Encontraron el campo para enterrar el tesoro pero, después, han comprado la tierra equivocada... (Mt 13,44-46). ¿Se han equivocado o es que, quizás, preferían no comprarla? ¿Es que el tesoro que hay enterrado no vale la pena? Y, pues, ¿por qué predican que sí? Quizás es más cómodo mirar los toros desde la barrera, no?
La conversión que nos pide Jesús no exige una tesis doctoral previa, no nos hace falta una sólida formación teológica. Es un llamamiento a una vida plena, a olvidarnos de aquello que no es prioritario. Es un llamamiento a un compromiso real, a una transformación interior que debe dar fruto. Ciertamente, dejarlo todo es pedir mucho en nuestros días. Estamos tan aferrados a lo material que nos resulta impensable vivir de otra manera. Con todo, yo creo que la renuncia que hacen los apóstoles del evangelio no es imposible, precisamente porque es realista. Es evidente que un pescador no puede renunciar a pescar porque, si no, nadie comería pescado, verdad? No deja de ser curioso como Jesús pide a un pescador que pesque y no que labre la tierra, por ejemplo. Pasa como con la parábola de los talentos. El amo pide cinco, tres y un talento, precisamente la cantidad que había entregado a sus sirvientes. Ni más ni menos. Esto es, lo que tienen y lo que pueden ofrecer. Jesús, pues, pide a los pescadores que pesquen, porque es lo que saben hacer y lo que pueden ofrecer.
El dilema que propongo es: si la respuesta a Jesús es sí porque sé pescar y, luego, no pesco. ¿Qué parecería, eso? Y si no pesco e intento convencer a la gente para que pesque. ¿Qué sería, eso? Y si no pesco y soy consciente de que no pesco y sé que debería pescar pero no pesco porque no quiero. ¿Cómo se llamaría, eso? Y si no pesco pero me llevo una parte de las capturas? ¿De qué hablaríamos? Perdonad el trabalenguas pero es evidente que hablo de las actitudes hipócritas. Nadie puede decir que Simón, Andrés o los hijos de Zebedeo fueran hipócritas, no? Sabían pescar, dijeron que sí y “calaron las redes”. Un buen ejemplo de coherencia, no es así? El hombre rico del evangelio no se puso a pescar, “se fue triste porque era muy rico" (Mc 10, 17-31) y porque no podía o no quería responder a Jesús según su propuesta. Chapeau! Todo un ejercicio de honestidad. Y, sin embargo, seguramente aquel hombre del evangelio siguió cumpliendo los mandamientos y seguro que fue una buena persona... pero no fue por la vida con una doble moral. Todo lo contrario de muchos, hoy. Además, no deberíamos ser hipócritas porque tenemos el don de la libertad y somos libres para decir "¡aquí me tienes, Señor!" sin esperar represalias (os recomiendo que escuchéis una canción de Praiselord Group Music que se titula "Te llama a ti").
El llamamiento de Jesús nos pide actitudes abiertas, generosas, comprometidas, transparentes y sinceras. Las vocaciones son muchas y todas bien hermosas si tienen como referente a Jesucristo. Lo que no podemos hacer es responder a este llamamiento mezclando egoísmos personales. El sí se le dice a Jesús, no a nuestras aspiraciones o pretensiones. Si quiero promocionar socialmente, lo que debería hacer es presentarme a Operación Triunfo o hacerme youtuber o lo que sea... pero no uso el Reino de Dios ni la inocencia de los demás. Y, ni mucho menos, me aprovecho de las personas íntegras y honradas.
¡Quien tenga oídos, oiga!
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