COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE MARZO. Jn 3,14-21

COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE MARZO. Jn 3,14-21

Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único.



Cuando Moisés levantaba la serpiente en el desierto, los que habían sido mordidos se curaban, salvaban la vida. Sólo había que dirigir la vista al estandarte y el veneno desaparecía de la sangre de las víctimas. Es fácil encontrar la similitud con la Cruz de Jesús. Quienes estuvieron presentes durante la crucifixión de Jesús, recibían la salvación desde el Gólgota, con Jesús clavado bien alto. Desde las alturas, Jesús convertía su último aliento de vida en la salvación de todos, nos quitaba el veneno del pecado.


La muerte de Jesús es una gran muestra del amor que Dios nos tiene: "dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna". Fijémonos que dice tenga vida eterna, en presente. Lo digo porque, para mucha gente, la vida eterna es como una especie de recompensa que vendrá al final, como si el tiempo previo a la muerte no contara para nada. Es cierto que en el momento de la muerte se acaba el tiempo del hombre, es el momento de la plenitud humana, el de la libertad consumada. Pero, precisamente, se acaba el tiempo del hombre porque el hombre lo lleva viviendo desde que empezó a vivir. La vida eterna no debe esperarse, porque empieza cuando Moisés levanta la serpiente. Cuando el cristiano dirige la mirada a la Cruz, inicia el camino de la vida eterna. Ésta no es el futuro, más bien es el presente y el futuro.


Cuando se participa de la vida del Cristo y nos identificamos con Él, ya participamos de la vida eterna porque es la vida de Dios. No es bonito vivir al margen de Dios con la excusa de que el juicio misericordioso de Dios evitará que no disfrutemos de su presencia eternamente. Además, la vida de Dios es para vivirla, no para desearla mientras te pierdes por el camino. La vida no es lo que pasa mientras haces otros planes, como decía John Lennon. Es lo que pasa, hoy y ahora, mientras vives el hoy y el ahora. El hoy y el ahora de Dios es amar el mundo, pero el hoy y el ahora de los hombres es responder a este amor también con amor, no con prédicas y argumentos baratos y vacíos. Los que no creen en Dios no sólo son los que no le reconocen, sino también aquellos que sí le reconocen de palabra, pero no de obras. Y no hay condena mayor que aquella que tú mismo te ganas. No es Dios quien condena, somos nosotros los que nos condenamos cuando usamos la libertad para oscurecer aquello que debería estar iluminado.


La vida eterna es vivir la vida de Dios y cuando Jesús murió en la Cruz nos abrió las puertas del cielo, pero de un cielo que se empieza a vivir en el tiempo del hombre para, después, seguir disfrutándolo en el banquete de boda del encuentro escatológico. El problema es que a menudo la oscuridad es más atrayente que la luz. Hay personas que son más nocturnas y les gusta trabajar en la oscuridad esperando aprovechar, vergonzosamente, la misericordia de Dios que les acogerá con los brazos abiertos. Además, como muy bien dice el evangelista, las obras malas se hacen en la oscuridad porque si se hicieran a plena luz del día, todo el mundo las vería. Éstos (y éstas), los de las obras malas, viven en las mazmorras, donde los fuertes muros impiden pasar la luz, aunque, de vez en cuando, suben (eso sí, con gafas de sol como los vampiros) con el fin de intentar contagiar el veneno de las serpientes de Moisés en el desierto. Es cierto que algunos, a pesar de no vivir en las mazmorras, ya se han acostumbrado al veneno e, incluso, se sienten a gusto con esta sensación. No necesitan dirigir la mirada arriba para ver ningún estandarte ni ninguna Cruz porque su corazón está tan acostumbrado al veneno, que no requieren ningún antídoto. Eso sí, no paran de afirmar que es importante subir a la montaña o mirar la serpiente. Yo no sé si esta gente se piensa que los demás somos idiotas o si, realmente, son tan patéticos que han perdido la capacidad de discernir entre la realidad y la ficción o, peor, que se creen lo que dicen. Si es así, ya no hay remedio. Ni estandartes, ni serpientes, ni milagros, ni cruces, ni nada.


Espero, pacientemente, el día en que ciertas personas queden deslumbradas por la Verdad y la verdad. Y no me refiero al día del Juicio Final: obtendrán su recompensa. Será interesante verlo...


Quien tenga oídos, oiga!


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