COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 17 DE MARZO DE 2024. Jn 12,20-33
Padre, glorifica tu nombre!
¿Un padre o una madre desatiende a su hijo? ¿Es que, quizás, una esposa o un esposo no se quieren el uno al otro? ¿Un sacerdote no tiene como referente a Jesús de Nazaret? ¿Un obispo trata mal a los miembros de su diócesis, siendo deshonesto, abusando de su autoridad y faltando a la verdad y al mensaje del Evangelio? ¿Verdad que no? ¿Qué se esperaba, pues, de Jesús? ¿Que nos dejara abandonados? ¡Claro que no! Jesús nos amó mucho, hasta el extremo de dar su propia vida, tal y como fue.
Precisamente, la glorificación de Jesús es la manifestación plena de la presencia de Jesús porque es el amor que se expresa en la Cruz la esencia de su vida. Un amor que, a menudo, implica caer a la tierra para dar fruto. ¿Qué voy a decir? Preguntaba Jesús. ¿No responder a la misión que tenía encomendada? ¿Traicionar la naturaleza divina? Pues no, he de decir: Padre, glorifica tu nombre! Que quiere decir que no se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22,42) que es, claramente, la demostración del amor que Dios tiene en el mundo.
Y los presentes no sólo escuchan la voz de Jesús, también el Padre mismo se dirige a ellos. Pero, como ocurre a menudo, algunas personas no reconocen la voz de Dios, porque se piensan que es un trueno. No han caído en la cuenta de que la voz del Padre es suave, amorosa y no da miedo. A veces pasa que aquellos y aquellas que hablan de Dios lo hacen con un tono agresivo, con insinuaciones y actitudes que no son de Dios. De esta manera, es muy difícil asociar la voz de Dios a una realidad amable. Lástima que, por culpa de unos cuantos, hagamos difícil el acceso a Dios.
Y la voz de Dios no se dirige a Jesús porque él ya lo tiene bastante claro. Somos nosotros los que necesitamos gran cantidad de pruebas para reconocer al Mesías. Necesitamos ver el sufrimiento de cerca para comprobar las cosas. Ciertamente, podría ser más fácil pero no fue así. Jesús tuvo que ser levantado de la tierra para que el mundo reconociera que este hombre era inocente (Lc 23, 47b). ¿Cuántas muertes, cuántos males, cuántas injusticias se producen a causa de la ceguera de las personas? ¿Por qué la victoria de la luz debe pasar siempre por la tiniebla? ¿Y por qué hay tanto miedo a denunciar la tiniebla? Nos jugamos mucho y no sé si somos conscientes de ello.
Ciertamente, la historia de la salvación no tiene sentido sin la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Pero, la pregunta que nos podemos hacer todos es: ¿por qué no fuimos capaces de ver que Jesús era una persona inocente? Y ahora, ¿por qué todavía continuamos conduciendo a la cruz personas que no tienen culpa? ¿Es que no hemos tenido suficiente con la metedura de pata que hicimos con Jesús? Si no somos capaces de vivir honestamente, de defender la justicia y proteger a los más desfavorecidos, habremos tirado el sacrificio de Jesús a la basura.
La Cuaresma ya se acaba. Los evangelios de este periodo ya nos dan suficientes pistas para cambiar nuestra manera de pensar y de actuar. Y no sirve sólo predicar para, después, dejar la mitra guardada en el armario hasta el próximo domingo. La sabiduría popular siempre nos puede orientar un poco: "El hábito, no hace al monje”.
¡Quien tenga oídos, oiga!
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