MARIA DE MAGDALA, DIACONISA
Domingo 31 de marzo de 2024
En estos evangelios pascuales, siempre me ha gustado detenerme en las reacciones de los personajes que salen. Sus actitudes me ayudan a escudriñar sus corazones, a ver el fondo que tienen. La "hipocresía clerical" a la que hacía referencia el Santo Padre no es nueva, dado que ya la encontramos a algunos personajes bíblicos, desde los líderes religiosos del Antiguo Testamento hasta el propio Judas Iscariote. Estos días en los que debemos agradecer tanto a Dios que nos haya regalado su Hijo único, es fácil caer en esa "hipocresía clerical" o "seglar" porque, admirando a Jesús, no tenemos más remedio que seguirlo o, desgraciadamente, predicar con hipocresía.
Creo, sin embargo, que no es el caso de María Magdalena, el primer personaje que sale en el evangelio de Domingo. Cuando hablamos de María Magdalena, es inevitable pensar en el misterio que la rodea. Sabemos de lo cierto que fue diaconisa (asistenta) de Jesús y llegó a ser apóstol de apóstoles. Una persona que fue capaz de percibir la excepcionalidad de Jesús, tanto que no pudo evitar seguirlo hasta el final. Vale la pena, pues, dedicar un rato a revisar lo que se ha escrito sobre María de Magdala y a recordar su paso por las Escrituras.
Los evangelios nos presentan a María Magdalena como una de las mujeres que acompañaban a Jesús con los Doce. Era originaria de Magdala, en el lado occidental del lago de Genesaret y, según Lucas y Marcos, parece que había sido curada de la posesión de siete demonios (Lc 8, 2; Mc 16, 9). Por otra parte, los sinópticos se refieren a María Magdalena como aquella mujer que miraba de lejos la crucifixión de Jesús (Mt 27, 55-56; Mc 15, 40-41; Lc 23,48-49) y, posteriormente, se quedaba sentada frente al sepulcro mirando donde ponían el cuerpo de Jesús (Mt 27, 61; Mc 15, 47; Lc 23, 55). María de Magdala era una de las mujeres que fueron el primer día de la semana, a primera hora, a ungir el cuerpo de Jesús al sepulcro cuando un ángel les dijo que Jesús había resucitado (Mt 28, 1-8; Mc 16, 1-8; Lc 24, 1-12). Aunque cada evangelio habla de dos hombres con ropas brillantes, o de un joven con una túnica blanca o de un ángel con traje blanco como la nieve, el anuncio de la resurrección de Jesús es un hecho indiscutible.
Al mismo tiempo, el cuarto evangelio hace referencia a María situándola junto a la Cruz, junto a la Virgen María (Jn 19,25). Este evangelio nos habla de una María de Magdala que se dirigía al sepulcro después de la fiesta del Sábado y veía que la piedra había sido sacada de la entrada del sepulcro. Asustada, sale corriendo con el fin de avisar a Simón Pedro (y al otro...) pensando que se habían llevado al Señor (Jn 20, 1-2). Cuando ambos discípulos llegan al lugar de la sepultura, efectivamente, vieron que Jesús no estaba y, tras comprobar que la sábana de amortajar estaba allanada y el pañuelo que le habían puesto en la cabeza continuaba atado aparte, volvieron hacia casa. María, sin embargo, se quedó llorando fuera y fue cuando se encontró con Jesús resucitado a quien inicialmente confundió con el hortelano. En aquel momento, Jesús la convirtió en apostola apostolorum (apóstol de apóstoles), título que el papa Francisco ratificó en 2006 haciendo referencia al encargo que Jesús le hizo: “Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17).
Es verdad que la persona de María Magdalena se ha querido identificar con otras mujeres que salen en los evangelios. Por ejemplo, en Lc 7, 36-50 aparece una mujer ("María") que en casa del fariseo ungió a Jesús con sus propias lágrimas y con perfume. Se trataba, probablemente, de una prostituta. En Mt 26, 6-13 y Mc 14, 3-9 este personaje es una mujer (no sale con el nombre de María) y los hechos suceden en casa de Simón, el Leproso. Por lo tanto, es fácil entender que a menudo se tuviera la idea de que estas mujeres eran la propia María de Magdala. Sin embargo, los evangelios nos dejan bastante claro que la mujer de Betania que ungió a Jesús con perfume no era María Magdalena, sino que más bien parecía ser la hermana de Lázaro y Marta (Jn 11, 1-2). En Jn 12, 2-3 dice que Marta servía y que María “tomando unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, perfumó los pies de Jesús y luego los secó con sus cabellos”. Tampoco se puede identificar a María Magdalena con la pecadora de Lc 7, 36-49 que ungió Jesús, aunque es tentador que se haga dado que en el capítulo siguiente (mismo relato) se cita a María Magdalena como una de las mujeres que asistía Jesús.
Ojalá, nosotros, hombres y mujeres de hoy, sepamos seguir el ejemplo de María Magdalena en el servicio a Dios, que es el servicio a los demás.
¡Muy buena Pascua a todos!
Y, quien tenga oídos, oiga!
NOTA: La información utilizada proviene de diversas fuentes, tanto bíblicas como extrabíblicas.
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